A las barricadas
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martes, 19 de mayo de 2015
sábado, 31 de diciembre de 2011
De mis exilios
No hay mayor exilio que el exilio interior; y autoimpuesto. Exilio gris, triste en tardes inacabables, inabarcables, de músicas oídas e interpretadas en afanes de aprendizajes sin sustancia interior.
No hay mayor exilio que el exilio patrio; y sin salir de casa. Exilio negro, abrumador por la impotencia de no saber qué solución dar a las fechorías de estos verdaderos apátridas de la razón, nacidos en y por el capital.
No hay mayor exilio que el de la sinrazón que nos gobierna.
Y, de pronto, una tarde noche, sales de tu exilio y encuentras a tu FAMILIA. Y los quieres. Y te quieren. Metáfora de una visión fugaz, de un espejo deformante de la realidad, vuelves al exilio, y buscas en tu interior la salida a tu exilio: ¿Está? Y no lo sabes; simplemente, escribes. ¿Ya es algo?
jueves, 26 de mayo de 2011
Sobre el concepto de obra abierta en Umberto Eco
En su libro Obra abierta, uno de los primeros que publicó, Umberto Eco se plantea cuestiones de estética a propósito de unas obras musicales de amigos suyos. Basándose claramente en El marxismo y la filosofía del lenguaje, de Mijaíl Bajtín, y sin alejarse mucho de la realidad que es una obra literaria, se centra en los aspectos comunicativos para decir, con una alta dosis de especulación filosófica, algo que es obvio: cualquier obra literaria es abierta, en el sentido de que acepta infinidad de lecturas, si bien poniendo coto a tal infinitud. Es el emisor del mensaje literario quien selecciona las múltiples lecturas (no siempre el producto final del acto de creación se corresponde con la intencionalidad estética del autor); el mensaje ofrece, a través del extrañamiento que nos puede producir el uso de signos de un código que se salen de lo habitual (entendido el signo como la relación entre un significante y un significado), la ambigüedad, que colabora a las variadas interpretaciones; el receptor, tomando en consideración el "pacto" implícito en la lectura entre el autor y el lector, interpretará, pero siempre dentro de los cánones y guías supuestamente marcados por el autor. Hace especial hincapié en el hecho de considerar la obra, a la hora de su interpretación, como un todo, que es lo que nos provocará la fruición. Sin embargo, el acto de leer, como bien indica Eco, supone diversos estados por parte del receptor: aunque se nos da el texto como algo ya hecho, los condicionamientos psicológicos del lector a lo largo del proceso de lectura impiden, en la mayor parte de los casos, que la obra se aprehenda en su totalidad (hablo de la novela especialmente, aunque también es aplicable a la obra de teatro en su forma escrita y a la poesía extensa). Eco parece hablar de un acto de comunicación llevado a su extremo en el que uno de los elementos fundamentales para el concepto de "obra abierta" es (siempre según mi interpretación), algo ideal, utópico (o, al menos, yo no consigo el grado de abstracción necesario para llevar a cabo la decodificación del mensaje literario tal como lo exigen las palabras de Eco): el receptor.
En cualquier caso, las lecturas y, sobre todo, las relecturas llevan a una mayor comprensión de las intenciones del autor. Todo esto, claro está desde un punto de vista filosófico-estético, que queda claramente fuera del lector habitual, el que lee solo con intención de recibir un placer a través de la lectura (son la mayoría). A la luz de estas afirmaciones, queda claro que la consideración de "obra abierta" debe quedar solo para los que están capacitados para llevar a cabo un acto de lectura que va plus ultra. Bien es cierto que Eco no lo niega en absoluto, solo lo oculta. Dicho ocultamiento viene a ser, al fin y al cabo, una especie de encerrona. Situado fuera de la capacidad prácticamente nula de un lector del común para ahondar en la obra, nos presenta una poética que viene a ser la defensa de los privilegios de los capacitados. Alguien, como Eco, que parte de una base marxista (vid. supra) no puede embrollar la cuestión como Eco lo hace, sino que debe precisamente hacer lo contrario.
Esta que parece crítica negativa no lo es tanto.
Aunque se quedan muchas cosas en el tintero, espero comentarios, precisamente para ahondar en el asunto.
En cualquier caso, las lecturas y, sobre todo, las relecturas llevan a una mayor comprensión de las intenciones del autor. Todo esto, claro está desde un punto de vista filosófico-estético, que queda claramente fuera del lector habitual, el que lee solo con intención de recibir un placer a través de la lectura (son la mayoría). A la luz de estas afirmaciones, queda claro que la consideración de "obra abierta" debe quedar solo para los que están capacitados para llevar a cabo un acto de lectura que va plus ultra. Bien es cierto que Eco no lo niega en absoluto, solo lo oculta. Dicho ocultamiento viene a ser, al fin y al cabo, una especie de encerrona. Situado fuera de la capacidad prácticamente nula de un lector del común para ahondar en la obra, nos presenta una poética que viene a ser la defensa de los privilegios de los capacitados. Alguien, como Eco, que parte de una base marxista (vid. supra) no puede embrollar la cuestión como Eco lo hace, sino que debe precisamente hacer lo contrario.
Esta que parece crítica negativa no lo es tanto.
Aunque se quedan muchas cosas en el tintero, espero comentarios, precisamente para ahondar en el asunto.
sábado, 14 de mayo de 2011
Una lectura personal de ¿En qué creen los que no creen?, de Umberto Eco y Carlo Maria Martini
Admirador declarado de Eco, me propuse esta mañana leer su libro ¿En qué creen los que no creen?. Propiamente, no es sino una pequeña colección de artículos en forma de diálogo retardado, publicados en la revista italiana Liberal entre marzo de 1995 y marzo de 1996. El diálogo de Eco se produce con el cardenal Carlo Maria Martini, coautor (evidentemente) del texto que tenía en mis manos.
¿Desilusionado? ¿Incrédulo ante lo que leía?... Me es difícil explicar la sensación. Utilizando su enorme erudición, el gran Umberto Eco parecía en un principio querer conciliar su postura con la del cardenal Martini. Extrañado ante esta actitud, me planteo si merece la pena realmente continuar con la lectura. Pretenden ambos interlocutores demostrar que existe una ética basada en el bien y en la esperanza de algo futuro. He aquí la incongruencia con la imagen que me tenía forjada de Eco. Bien es cierto que, como él afirma en la obra, no es un ateo de nacimiento, sino que su ateísmo surge como resultado de una evolución en su desarrollo más o menos a los 22 años. Fue educado dentro de la iglesia católica. En esto, me identifico con él. Aun así, no lograba entenderlo. Se afirma en la obra que el ateo debe demostrar que dios no existe. No parece un argumento convincente. Yo no tengo por qué demostrar que los unicornios no existen. El concepto del bien, que está en la base de una actitud moral o éticamente no reprobable, no debe mirar hacia un futuro, como parecen afirmar los dos interlocutores: Martini lo hace abiertamente; en Eco se lee entre líneas.
Aunque en sucesivos artículos plantea Eco a Martini cuestiones del dogma católico difíciles de entender (en el sentido de que en una sociedad como la actual la iglesia católica mantiene posturas propias de sus inicios hace veinte siglos), todo parece una auténtica y, válgame la expresión, vergonzosa pose. Si estuviéramos en un partido de fútbol en el que un empate valdría a los dos equipos para lograr sus objetivos, gritaríamos los espectadores: "¡Que se besen!, ¡que se besen!".
Por suerte, la revista permitió la intervención de otros interlocutores: dos filósofos, dos periodistas y dos políticos. Y aquí sí se habla con más claridad. En algún caso, se produce una condena de ambas posiciones y se critica su acercamiento. En otros, como en el de Indro Montanelli (no creo que haga falta presentación), se plantea el escepticismo con que ha de verse una cuestión como la planteada en el título de la obra.
En fin, como sucede con toda lectura (nos guste más o menos), siempre nos queda una experiencia vital, bien placentera, bien de desasosiego, bien de indiferencia, de la que es posible extraer algo positivo para nuestro desarrollo vital. En este sentido, me quedo con las palabras finales del artículo de Montanelli: "Si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, a dónde voy y qué he venido a hacer aquí, más me valía no haberlos abierto nunca". Y esta es la realidad.
Para concluir, quisiera expresar una idea que me viene rondando a lo largo de toda la lectura: a pesar de ser publicado este diálogo en la revista para que cualquier lector participara de lo bueno que pueda tener, y de ser luego publicado en forma de libro, me queda la sensación de estar fuera de esatas disquisiciones, pero no solo yo, sino cualquiera de los simples mortales que no somos nada para los que detentan una posición más alta que nosotros. ¿Hasta qué punto es válido que esta discusión la tengan dos personas para las cuales es absolutamente intrascendente creer o no creer? Ninguno de los dos saca de esto nada. Seguirán con sus opiniones, ajenos a la realidad (ellos, como otros que conocemos, probablemente no sepan qué cuesta un café en la calle). No he detectado en ninguno de ellos una desazón vital, ni en el declarado ateo (como yo también me declaro), ni en el declarado pastor de la iglesia (a la que en su día pertenecí y de la que ahora reniego abiertamente -lo que no impide que conozca su doctrina-). No detecto en ellos ninguna preocupación por el prójimo. Ningún dolor hasta llorar de impotencia ante cualquier situación de la vida (que es dolorosa por naturaleza).
En fin, gran semiótico, gran novelista (diría incluso que renovador de la novela), gran conocedor de la estética..., pero que también, a veces, desilusiona.
¿Desilusionado? ¿Incrédulo ante lo que leía?... Me es difícil explicar la sensación. Utilizando su enorme erudición, el gran Umberto Eco parecía en un principio querer conciliar su postura con la del cardenal Martini. Extrañado ante esta actitud, me planteo si merece la pena realmente continuar con la lectura. Pretenden ambos interlocutores demostrar que existe una ética basada en el bien y en la esperanza de algo futuro. He aquí la incongruencia con la imagen que me tenía forjada de Eco. Bien es cierto que, como él afirma en la obra, no es un ateo de nacimiento, sino que su ateísmo surge como resultado de una evolución en su desarrollo más o menos a los 22 años. Fue educado dentro de la iglesia católica. En esto, me identifico con él. Aun así, no lograba entenderlo. Se afirma en la obra que el ateo debe demostrar que dios no existe. No parece un argumento convincente. Yo no tengo por qué demostrar que los unicornios no existen. El concepto del bien, que está en la base de una actitud moral o éticamente no reprobable, no debe mirar hacia un futuro, como parecen afirmar los dos interlocutores: Martini lo hace abiertamente; en Eco se lee entre líneas.
Aunque en sucesivos artículos plantea Eco a Martini cuestiones del dogma católico difíciles de entender (en el sentido de que en una sociedad como la actual la iglesia católica mantiene posturas propias de sus inicios hace veinte siglos), todo parece una auténtica y, válgame la expresión, vergonzosa pose. Si estuviéramos en un partido de fútbol en el que un empate valdría a los dos equipos para lograr sus objetivos, gritaríamos los espectadores: "¡Que se besen!, ¡que se besen!".
Por suerte, la revista permitió la intervención de otros interlocutores: dos filósofos, dos periodistas y dos políticos. Y aquí sí se habla con más claridad. En algún caso, se produce una condena de ambas posiciones y se critica su acercamiento. En otros, como en el de Indro Montanelli (no creo que haga falta presentación), se plantea el escepticismo con que ha de verse una cuestión como la planteada en el título de la obra.
En fin, como sucede con toda lectura (nos guste más o menos), siempre nos queda una experiencia vital, bien placentera, bien de desasosiego, bien de indiferencia, de la que es posible extraer algo positivo para nuestro desarrollo vital. En este sentido, me quedo con las palabras finales del artículo de Montanelli: "Si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, a dónde voy y qué he venido a hacer aquí, más me valía no haberlos abierto nunca". Y esta es la realidad.
Para concluir, quisiera expresar una idea que me viene rondando a lo largo de toda la lectura: a pesar de ser publicado este diálogo en la revista para que cualquier lector participara de lo bueno que pueda tener, y de ser luego publicado en forma de libro, me queda la sensación de estar fuera de esatas disquisiciones, pero no solo yo, sino cualquiera de los simples mortales que no somos nada para los que detentan una posición más alta que nosotros. ¿Hasta qué punto es válido que esta discusión la tengan dos personas para las cuales es absolutamente intrascendente creer o no creer? Ninguno de los dos saca de esto nada. Seguirán con sus opiniones, ajenos a la realidad (ellos, como otros que conocemos, probablemente no sepan qué cuesta un café en la calle). No he detectado en ninguno de ellos una desazón vital, ni en el declarado ateo (como yo también me declaro), ni en el declarado pastor de la iglesia (a la que en su día pertenecí y de la que ahora reniego abiertamente -lo que no impide que conozca su doctrina-). No detecto en ellos ninguna preocupación por el prójimo. Ningún dolor hasta llorar de impotencia ante cualquier situación de la vida (que es dolorosa por naturaleza).
En fin, gran semiótico, gran novelista (diría incluso que renovador de la novela), gran conocedor de la estética..., pero que también, a veces, desilusiona.
lunes, 9 de mayo de 2011
domingo, 8 de mayo de 2011
Inicio de un nuevo camino. ¿Tendrá algún futuro?
Surge este blog en la tarde-noche del 8 de mayo de 2011. Si digo la verdad, no tiene un objetivo definido. Sí muchas pretensiones. El principal, creo, compartir mis ignorancias con todo aquel que pueda perder una pequeña parte de su vida. Mínima. Probablemente, aquí no se pueda aprender absolutamente nada. En cualquier caso, la osadía venía fraguándose ya hace algún tiempo. Desde que entendí de manera definitiva que somos víctimas de una manipulación orquestada para mantener el statu quo estatal (y con ello no me refiero simplemente a nuestro patético estado, sino a cualquiera).
En breve, comenzaremos la labor. Un abrazo a todos aquellos que se dignen a visitarme.
En breve, comenzaremos la labor. Un abrazo a todos aquellos que se dignen a visitarme.
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